Desde que me acuerdo, en mi casa el fiambre era igual de importante que la Navidad, sino es que más. Nos levantábamos “tarde” a las 7 de la mañana, mirábamos tele y nos alistábamos para ir donde mi tía abuela. Como cosa rara, en este día se juntaba toda la familia extendida y me atrevería a decir que llegaban más personas el primero de noviembre que los 24 de diciembres.
De niños, el fiambre se ve con ojos agrandados y estómagos para nada convencidos. Pero conforme van pasando los años, la presión por “probar un poco más” va creciendo y al mismo ritmo va curtiéndose el sabor adquirido.
Me encanta el fiambre.
Como siempre se hizo por la generación de mi abuela, nunca contemplé involucrarme en el asunto y mi mamá tampoco. No vengo de una línea de mujeres ni hombres particularmente devotos de la cocina, aunque sí se las sabían “arreglar” para no morir de hambre. Como se hacía por las generaciones anteriores, no fue hasta la pandemia y miles de factores más que se cerró la fábrica de fiambre y, por consiguiente, la tradición.
O bueno, se cerró para las docenas de personas que llegábamos a donde mi tía abuela.
Este año se me ocurrió dejar de pedir fiambre y hacerlo. Con tal, ¿qué tan difícil puede ser?
Conseguir la receta fue una tarea titánica porque, como dice mi toddler, “es mía” (eso me contestaban mis parientes, a grandes rasgos). Cuando finalmente la conseguí, entenderla fue más difícil que la Odisea. Pero bueno, dejando los primeros dos desafíos a un lado, comprar la verdura, los embutidos y los abarrotes ya no fue tan retador.
La picada, con un buen equipo, tampoco es cosa del otro mundo (porque no eran cantidades masivas, hago la observación). Estoy escribiendo esta nota sin haber probado el resultado final, pero todo apunta a que va a quedar delicioso porque el caldillo ya pasó la prueba más difícil: que mi abuela lo probara y lo aprobara. Lo mejor de esta historia es que se pararon involucrando mi abuela (la catadora oficial), mi mamá (que canceló un viaje por quedarse al fiambre), mis hermanos (algo), mis amigas (haciéndome porras) y mi esposo (escuchándome hablar del fiambre por semanas).
¿Qué tan difícil puede ser? Esa no era la pregunta. Era más, ¿qué tantas personas se involucran para que salga rico?
Cuando me fui a la universidad a EEUU, asumí que también se celebraba el Día de los Muertos. En México es una gran tradición y nunca se me ocurrió que era un asunto local. “Así que, ¿celebras a tus muertos?” Me preguntaban incrédulos los americanos. Aunque sí, pocas veces fui al cementerio a “ver” a mis muertos y nunca nunca nunca consideré el día una ocasión triste. A los americanos les parecía increíble esta tradición en donde se mezclaban el duelo y la celebración para terminar con un día ameno en familia. Para ellos, pensar en los muertos es un pesar, no una alegría.
Para mí, el Día de los Muertos no es un día de duelo, sino un momento para celebrar a los que están en otro plano y que, a su manera, siguen con nosotros a través de su recuerdo. Cada primero de noviembre me gusta recordar a los que han dejado de llegar al día del fiambre; lo veo como una ocasión para volver a encender esa conexión que tenemos con los que ya no están aquí físicamente. A pesar de su ausencia, se sienten, y es por eso que el día se pasa tan contento.
Hace unos días recibimos todos la noticia que Matthew Perry falleció, por ejemplo. Y aunque no lo hayamos conocido personalmente la mayoría de sus millones de fans, me atrevo a decir que existe un sentimiento universal de pesar. De cierta forma, todos perdimos a un amigo porque crecimos con Friends. En el Día de los Muertos, también se les agradece a los que han dejado su granito de arena en nuestra manera de ser. Sin ellos, no seríamos las personas que somos ahora, incluso cuando se trata de un personaje de la tele o artista o famoso.
Al final, nos quedamos con las historias que tenemos con cada persona que pasa por nuestras vidas y que, a su manera, forman parte del corazón. Por suerte, existen estas tradiciones que nos sirven de recordatorio para no olvidar lo que realmente suma: el amor de un pariente, la complicidad de un amigo, las risas del tío más ocurrente, el confort de un personaje de la tele.
Por eso se hace el fiambre, para recordar historias.
Me quedo con la tarea de contarles la próxima semana cuál fue el veredicto final del fiambre de mi casa.
Nos vemos el miércoles entrante a las 7am hora GT.