Esta semana me junté con una amiga en Alelí (¡súper recomendado) a tomarnos un Matcha Latte (perdón, amantes del café, sé que es una traición) y a hablar del mundo de niños.
Ambas estamos en el proceso de tirarnos de clavado hacia el mar de la industria infantil por diferentes vías y al final llegamos a una conclusión: es un rollo.
Para las mamás no será sorpresa leer que hay mil y un opciones de juguetes, clases de estimulación, libros y actividades para niños. Las marcas infantiles tienen la particularidad de ser un viento huracanado que va y viene o de convertirse en un infaltable de todas las casas.
Dentro de esas que no pueden faltar se me vienen a la mente Lovevery, Fisher Price, Hot Wheels, Lego.
Pero, ¿cómo logran algunas marcas volverse una parte esencial del día a día de un niño?
La respuesta no es tan simple pero por razones de tiempo en este espacio sí podemos simplificar; se reduce a su elemento de conexión con los papás.
Aunque el cliente final de sus marcas son los niños, lo que hace que este nicho sea tan peculiar es que la persona que compra el producto no es su usuario.
Por eso, las marcas han tenido que fabricar historias que no solo consigan una buena recepción de parte de los niños sino que además logren forjar un vínculo con los papás.
Si yo veo una caja de suscripción que dice que está basada en estudios científicos sobre el desarrollo del niño, me voy a suscribir.
Si yo veo juguetes o clases que me prometen que van a entretener y a fomentar sus habilidades psicomotrices, los voy a comprar.
Lo mismo sucede con los libros para niños, si a mí me parece divina la historia y la estética del libro, lo voy a comprar.
Al final, descubrí que las jugueterías (o las marcas infantiles en general) en realidad crean un vínculo conmigo como mamá para poderle llegar a su cliente final, mi hija. Si yo me logro conectar con la historia que me cuentan, es muy probable que les compre.
De cierta forma, lo mismo me sucedió con el Matcha Latte; hasta que me convencieron que era rico y saludable me animé a probarlo y ahora lo pido cada vez más seguido. El de Alelí, por ejemplo, es famoso ya y ahora entiendo porqué (no es un anuncio pagado esto, hago el disclaimer).
Lo que tienen en común las jugueterías y los Matcha Latte es justo esa conexión que existe entre los que les compramos y lo que asociamos como sus beneficios: el desarrollo de los niños o nuestra salud, respectivamente. Ambos consiguen ese lazo con sus compradores (como yo) a través del storytelling.
Algunas historias pueden tardarse más en calar que otras. A mí me tardó años animarme a caer en el trend del Matcha Latte, pero aquí estamos.
Con los niños, nunca me imaginé que también iba a sumergirme en este rollo si me hubieran preguntado hace cinco años. Pero también, aquí estamos.
Por suerte, seguimos andando y probando cosas nuevas de la mano del storytelling.
Esto es todo por hoy, nos vemos el próximo miércoles a las 7am hora GT.