A mí Shakira me enseñó que cuando hay que hablar de dos, hay que empezar por uno mismo. Pero creo que no tenía razón.
Nadie se escapa de tener que lidiar con conversaciones difíciles en la vida. A veces pueden llegar a convertirse en un peso que cargamos por días, semanas o hasta meses (¿años?) por miedo a los diferentes escenarios que corremos en la mente cuando pensamos en confrontar a una persona.
Cuando hay una situación de conflicto, en mi cabeza pasan 14 millones de escenarios potenciales sobre todo lo que puede salir mal al enfrentar la situación. Y lo peor, seguro no soy la única que practica diálogos incesantes antes de atreverse a enunciar el infame, “tenemos que hablar”.
Nunca me consideré fanática del conflicto, siempre me ha parecido que las personas conflictivas están hechos de algún tipo de material bestial. Pero sí reconozco que parte de lo que hace caminar a una sociedad es la resolución de esos conflictos, que muchas veces empieza (¡y termina!) con una simple conversación.
Tal vez no sea simple, me obligó a escribir “nunca” y “siempre” en una misma oración (reglas básicas de lo que no hay que hacer según una mentora periodista que tuve a los 15 años). Lo que sí es simple es la manera de llevar a cabo la estrategia que ayude a solucionar el conflicto.
Hoy entrevisté a una abogada para un trabajo de redacción y, con toda la simpleza del mundo, me dijo que el conflicto era parte inherente de la vida, pero que era cuestión de aprender a vivir con el conflicto y gestionarlo para seguir andando.
Justo coincidió con que me topé con un artículo en donde Margaret Mead, antropóloga, decía que creía que las primeras señas de la civilización no eran artefactos ni utensilios, sino un fémur curado. En la naturaleza, continuaba, los animales que se quiebran un hueso casi siempre se dan por muertos o se van quedando atrás de la manada porque se vuelven presa fácil. Pero un fémur de humano curado significa que habían personas dispuestas a proteger a esta persona para ayudarla a recuperarse y sanar.
Había un fuerte sentido de empatía; el enemigo más grande de la selección natural.
Con empatía no solo se puede curar un fémur, también se puede tener conversaciones difíciles. Después de leer y comparar experiencias propias con este tipo de conflictos, entendí que, como cualquier buena historia, primero se necesita la empatía para cumplir un objetivo.
Escuchar: si en lugar de enfocarnos en lo que vamos a decir nos enfocamos en lo que estamos escuchando, es mucho más fácil desarrollar la conversación desde un punto de vista respetuoso y de curiosidad.
Ser neutro: al empezar a conversar con empatía, también bajamos revoluciones para posicionarnos con una neutralidad que ayuda a desarmar a un posible contrincante.
Esperar un resultado positivo: si desde el comienzo planteamos el objetivo de la conversación como algo positivo, la manera de pensar se transforma para tratar de guiar la conversación hacia ese resultado y no hacia uno de más daño.
De acuerdo al Harvard Business Review, esas son algunas de las mejores recomendaciones para tener esa conversación difícil que has estado postergando. Y me parecen muy acertadas.
En línea con la empatía, que claramente llevamos en el espíritu desde los comienzos de la civilización, me encantó pensar en la resolución de conflictos como una historia estratégica. Al final, cuando escribimos un ensayo, un correo o un párrafo de WhatsApp (ya saben quiénes son), cada oración lleva un propósito y ese objetivo puede interpretarse de una mejor manera cuando redactamos la historia desde una posición neutra y en busca de algo positivo.
Algo cursi, sí. Pero si no eres fan del conflicto como yo, es bastante útil para navegar esas conversaciones que llevamos tanto tiempo esquivando.
Eso es todo por hoy, nos vemos el próximo miércoles a las 7am hora GT.