Hace poco en un taller de storytelling me hicieron la siguiente pregunta:
¿Qué pasa si cuento mi historia y se acaba?
Cuando era niña, me encantaba escribir en un diario morado con brillantina sobre todo lo que pasaba en mi día ocupadísimo de clases-recreo-clases-deporte-casa. Mi rutina era la definición de predecible y a pesar de (o gracias a) los elementos constantes de mis días escolares, encontraba *cositas* a lo largo del espectro de predictibilidad que hacían que mi diario fuera la historia más interesante del mundo.
Al menos para mí.
Conforme iba llenando páginas, me consumía la fantasía de pensar, “ya quiero saber cómo termina mi historia”. Por años, con cada decisión que tomaba o que pudiera forjar mi camino hacia nuevas oportunidades regresaba esa voz (con eco ya, de lo que se repetía en mi cabeza), queriendo saber el final de una historia que se escribía a diario.
No fue hasta hace no mucho que entendí que la única que no va a estar para el final de mi historia soy yo. Que, mientras exista, la historia no lleva punto y final. E incluso me atrevería a decir que la historia de cada persona nunca tiene punto y final siempre y cuando alguien la recuerde. Pero sin ánimos de desencadenar crisis existenciales, ese momento bombilla de rechazo al punto y final me ayudaron a contestar la pregunta que surgió en ese taller de storytelling.
¿Qué pasa si cuento mi historia y se acaba?
Resulta que, como las personas, las marcas y los negocios tampoco tienen punto y final porque son un reflejo de los tiempos en los que se encuentran. Lejos de tener una historia “terminada” porque ya se comunicó su mensaje con storytelling, los mensajes van avanzando y evolucionando al mismo ritmo que la actualidad.
Digamos que el calendario no le hace favores a nadie, pero menos a los negocios que quieren ser sostenibles en el tiempo. Lo mismo, exacto, sucede con el storytelling. No se trata de contar una historia una vez y ya, tarea terminada.
Se trata de poner atención y saber en qué punto de la historia es el momento de terminar un capítulo y empezar otro, como en la vida real.
Es más fácil decirlo que hacerlo, no lo voy a negar, pero para eso funciona pensar en el storytelling como un empujón a la hora de seguir dándole vuelta a la página. Los lectores sabrán que un capítulo eterno es un ingrediente poderoso para dejar de leer un libro que quizás tiene mejores cosas que decir en las páginas que le siguen.
Está demás decirlo pero aquí va: no seamos capítulos eternos.
Eso es todo por hoy, nos vemos la próxima semana en tu buzón de entrada a las 7am hora GT.