Me atrevo a decir que la parte más importante del storytelling es la edición. Para poder contar historias que muevan emociones y que sean entretenidas, primero se investiga, luego se escribe y finalmente, se edita. Este es el mismo proceso que sigo a la hora de hacer trabajos de copywriting.
La cruda realidad de la escritura es que, como cualquier otro trabajo, es un sistema que funciona en orden. Claro que hay veces en donde se pueden cruzar los pasos pero en general es la misma ecuación siempre porque está comprobada que da los resultados esperados.
Por eso es que tantos artistas musicales, autores e incluso series de Netflix se tardan tanto en sacar cosas nuevas. Lleva un proceso de creación y de edición hasta que la persona detrás del proyecto dice (junto a un equipo y los stakeholders) “ya está listo”.
Pero a mí me cae re mal editar. Cuando investigo sobre el tema del que voy a escribir, por ejemplo, en mi cabeza se vienen las ideas en orden sobre el inicio, el cuerpo y el final del texto. Conforme voy escribiendo, van escurriendo esas ideas premeditadas en mi cabeza y solo cuando pongo punto final siento la respiración en su ritmo normal otra vez.
Tengo la pésima costumbre de dejar de respirar cuando estoy muy concentrada y por eso termino suspirando cada par de minutos para recuperar el aliento (y nivelar el ritmo cardíaco).
Por eso, con el punto final siento que ya puedo tachar esa tarea y que la idea que tenía en mente ya quedó concreta en el mundo con las palabras que le puse.
Pues no. Así no funciona porque la historia jamás está terminada en el primer borrador. Entre más tiempo le dediquemos a la edición, más oportunidades existen de mejorar a los personajes, de hacer llamados a la acción que provoquen reacciones rápidas o que quieran compartir el contenido porque a los lectores les agrega algo en su día (o vida).
El problema es que, cuando edito, mi ráfaga de ideas ya se acabó porque la anoté toda en ese primer borrador. Con la edición, me toca seguir el dicho de “quebrarme la cabeza” para encontrar maneras más coherentes, punzantes y directas de contar la misma historia.
Lo bueno es que hace poco vi en TikTok un video que hablaba sobre cómo somos “naves vacías a las que se montan ideas que solo van de paso”. El narrador decía que si pensamos en las ideas que tenemos como pasajeras, no se vuelven parte de nuestra personalidad ni de quiénes somos como personas. Las ideas, así como las emociones, van y vienen porque son transitorias y es decisión nuestra aferrarnos a ellas o dejarlas pasar y seguir adelante.
Me encantó el concepto de ver las ideas como pasajeras porque me permite hacerle espacio a conocimiento nuevo. Si somos un tren, las ideas son los pasajeros que se suben y se bajan del vagón y somos nosotros quienes decidimos en qué estación (y qué tan rápido) se bajan.
Te doy un minuto para que lo vuelvas a leer.
Esta misma percepción de las ideas y de las emociones es el proceso de edición. Por eso me gustó tanto el video, porque no solo lo até a mi vida personal sino también a esa parte de la escritura que me hace pasar horas enfrente de la página llena de letras.
Como no es un proceso fácil, cae re mal. Pero porque caiga mal no significa que no sea bueno para el resultado final.
Así que con esta anécdota (algo compleja) me despido del 2022. Seguiremos hablando de storytelling en enero con más ganas después de una vacación corta.
Nos vemos en el 2023 con más letras y más historias.
Interesante reflexión sobre las ideas y también la asocio a algo que dijo Aristóteles: “Solo una mente educada puede entender un pensamiento diferente al suyo sin necesidad de aceptarlo”... sobre eso hay tanto de que hablar.
Pero en relación a editar, también me da curiosidad que escritores como Dostoyevsky no lo hacían, es de admirar su habilidad u osadía en todo caso. Saludos.