¿Quién decidió que el café era romántico? Me pregunto a quién se le ocurrió la idea de hacer del café un evento aspiracional y estéticamente agradable.
Después de analizarlo un poco, llegué a la conclusión que no es lindo tomarse algo que lo despierte a uno. Sí, sentirse adormilado tampoco es la mejor sensación, ¿pero que te levanten?
No sé tú, pero yo tengo un serio problema con la alarma del celular. Odio cómo suena, odio que tenga la opción para snooze y odio tener que usarla de lunes a viernes. Los fines de semana tengo otro tipo de alarma: mi hija.
Con el tiempo, me he dado cuenta que llevo “romanticizing” al café desde secundaria. Yo sé que es medio controversial que menores de 18 tomen café pero es Guatemala y es más un tema cultural que otra cosa.
Ah, pero cuando llegué a la universidad, la historia se fue al lado oscuro antes de poder introducirme en mi clase de Psych 101. El café era espantoso y aún así eran de mis momentos favoritos durante el día.
Ojo al plural: eran. Porque, sí, en la universidad el café era parte de mis mañanas, las medias mañanas, las tardes y a veces las noches también. Una taza me daba exactamente 0 probabilidades de sobrevivir. Así que, creo que inconscientemente, empecé a armarle un altar en mi cabeza.
Alabado sea el café.
La historia con el café se volvió un asunto íntimo. A tal punto en donde tengo que confesar que se volvió una parte de mi personalidad: ¿cómo no voy a tomar café si es quien soy?
Lo simpático de este cuento es que ese burbuja me reventó en la cara en cuanto puse el primer pie en el mundo laboral. Había sobrevivido 4 años con café horrible y aún así lo amaba porque el café y yo éramos uno mismo. Pero cuando entré a mi primer trabajo y le di el primer trago al café de la oficina, toda mi historia se me rompió como las promesas de los chapines de “juntarnos más”.
Ese café marcó un antes y un después en mi vida de lo feo que estaba. Aún así, traté de seguir con mi racha de tomarme 2 o 3 cafés al día, pero el sabor pudo más. No había vínculo lo suficientemente fuerte para aguantar ese café en el piso 17 de aquel edificio.
Así que mi historia con el café dio un giro inimaginable: me pasé a tomar una taza de café en mi casa y el resto del día me quedé con agua.
Agua, “solo agua” como diría mi abuela.
¿Y entonces? Los cambios a veces aparentan ser lobos y en verdad son ovejas. Asustan cuando los ves venir pero cuando los tienes cerquita te das cuenta que no están tan mal como creías.
Hoy, el café sigue siendo parte de mi personalidad, no voy a mentir. Pero ahora solo lo glorifico en la mañana. Cualquier café adicional durante el día es porque seguro es de vida o muerte; de nula probabilidad de supervivencia.
Para el resto de días, todo bien con una taza mañanera.
Recuerda, aquí te hablo de storytelling para que estés más consciente del rol que juegan las historias en tu día.
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Nos vemos en tu buzón de entrada la próxima semana.