“No tenía Internet” era una clásica de cuando estaba en el colegio. Mi generación entró a secundaria en ese limbo en donde todavía podía fallar la conexión pero nos rehusábamos a abrir una enciclopedia física. Digamos que pasamos la adolescencia semiconectados y eso nos daba la excusa perfecta para echarle la culpa a algo más por nuestras faltas.
Desde niños, existen ciertos temas que nos parecen lógicos, fáciles o simplemente se nos quedan grabados en la memoria. Para mí, la ortografía y las tablas de multiplicar de 1-12 por alguna razón se instalaron en mi cerebro y tomaron asilo permanente.
Todavía me acuerdo cuando estaba en tercero primaria y la maestra puso en un pizarrón las tablas del 1 al 12 para que cada alumno fuera llenando las respuestas. El primero en llenarlas se ganaba un “premio”. Esa adrenalina de ser la primera en llenar la tabla completa es la gran responsable del asilo permanente que tiene esa información en mi cabeza.
Gané y lo peor es que ni me acuerdo cuál era el premio.
Ahora con las reglas de ortografía es otra historia. Cuando estaba en segundo primaria (¡un año menos!), un día nos pusieron a hacer un ejercicio de escritura en la clase. No me acuerdo de qué, exactamente, pero sí recuerdo tomar una pausa, levantar la mano y preguntarle a la maestra lo siguiente: ¿cómo se escribe monstruo? ¿Mounstro o monstruo? Era un colegio bilingüe y aquí empezábamos a cruzar esa línea delgada entre el español de todos los días y el inglés.
La maestra, sin saber cómo contestar (ajá), caminó al otro lado del salón a preguntarle a la otra maestra cómo se escribía la palabra. Las dos maestras buscaron la palabra en un diccionario que tenían a la mano y detuvieron el ejercicio de la clase entera para escribir monstruo en el pizarrón.
Dudo que alguno de mis compañeros de esa sección se acuerde de esto, pero a mí me marcó tanto que mis maestras no estuvieran 100% seguras de cómo escribir una palabra que tal vez por eso le di un tipo de importancia inconsciente a la ortografía.
Eso, y que mi mamá me obligaba a leer todos los días el periódico en el desayuno antes de ir al colegio. Algo ha de haber ayudado.
Cuando finalmente llegué a sexto, en mi cabeza se encendieron mil bombillas cuando me explicaron las reglas de puntuación y de tildes.
Obviamente a las esdrújulas se les tilda en la antepenúltima sílaba tónica, a las graves en la penúltima y a las agudas en la última. Y ojo, las esdrújulas siempre llevan tilde, obvio, y las graves solo cuando no terminan en n, s o vocal.
Ese último párrafo salió de forma escupida de mis manos sobre el teclado, no es broma cuando digo que esta información es residente permanente en mi mente (¿ayuda?).
Ese mismo año, en sexto, en la clase de Estudios Sociales nos dejaron de tarea escribirle una carta al Presidente de la República. El tema era abierto y solo la carta con redacción, ortografía y gramática impecable podría ganar el “concurso” para “enviarle la carta al Señor Presidente”. Solo la persona que sacara 100 puntos en su carta iba a poder mandarla.
Creo que el profesor nunca midió el impacto de sus palabras, porque me esforcé tanto revisando cada sílaba y posible typo (era un gran tema que fuera escrito en compu), que estaba segura que iba a sacar 100.
Saqué 99.
Resulta que en mi afán por revisar el contenido de la carta se me pasó ponerle tilde a “República” en la dirección que va escrita arriba del saludo. Ese fue el punto menos.
Tengo muchas historias así con la ortografía y nunca entendí porqué había gente que no tildaba o que ponía comas de más o de menos. Hasta que llegué a cálculo, a biología y a física y mi cerebro se apagó de inmediato. Ahí entendí.
Por suerte, ya no se necesita ser obsesiva como yo con la ortografía ni echarle la culpa a la falta de Internet como hacíamos antes para escribir decentemente. Decente, no se necesita más en esta vida que decente.
Como sé que pasamos la mayoría del tiempo escribiendo en el teléfono, recopilé y probé estas tres aplicaciones para que sigamos escribiendo mejor de forma colectiva:
Diccionario RAE - tiene aplicación móvil para tener a la mano un diccionario. Siendo realista, sé que no es una aplicación a la que recurrimos a diario pero confieso que la uso por lo menos un par de veces a la semana.
Corrector de ortografía: hablar y verificar - esta funciona para inglés y español y solo se necesita decir en voz alta la palabra que queremos buscar para que la app escriba la palabra de forma correcta.
ConjuGato - app para saber cómo conjugar verbos. Escribes el verbo y te sale la tabla completa de su conjugación. Tengo una amiga cercana que creció hablando inglés y español en su casa y en un punto de su vida me dijo que le daba “pereza” conjugar verbos en español. A la fecha me sigo riendo porque no se refería a la parte escrita.
Sé que la ortografía y la gramática no son los temazos del momento, pero hoy soy ese recordatorio que dice que sí importa cómo escribimos porque es nuestra carta de presentación al mundo. Yo soy la primera en ignorar los signos de exclamación o interrogación, así que me propongo empezar a usarlos en cada pregunta y en cada énfasis digital para ir sumándome al esfuerzo de mejorar la escritura colectiva en español.
¿Empezamos?
P.D., el fiambre quedó espectacular y pasó la prueba de mi abuela, les debía el veredicto (gracias a todas las personas que preguntaron por el resultado final).
Nos vemos el próximo miércoles en tu buzón de entrada a las 7am hora GT.