Fui una niña suertuda y crecí escuchando cuentos antes de dormir. Nunca cuestioné el tipo de historias que escuchaba y leía, solo sabía si me gustaban o no. Pero resulta que cuando crecemos podemos hacer las historias que queramos nosotros mismos.
Ese es un gran descubrimiento.
De “grande”, empecé a hacer cuentos para niños con diferentes personas. Por obvias razones, a mí me tocó la parte escrita.
Al principio fue difícil buscar palabras y rimas que tuvieran sentido. Pero después de leer varios cuentos infantiles me di cuenta que la clave estaba en la simpleza.
Se usa un vocabulario simple, se hacen rimas simples y se crean historias simples.
Para un niño, lo simple funciona como brisa en el velero de la imaginación. El desafío está en hacer que esa brisa cumpla su propósito.
El año pasado volví a ser suertuda y escribí el primer libro infantil con ojos de mamá para regalárselo a mi hija, una ternurita. No sé si ella fue mega fan o no, pero por lo menos lo leyó un par de veces y con eso me basta.
Hacer libros para niños me encanta. Me obliga a pensar de forma simple, que casi nunca es fácil. Me ha enseñado lo que mi trabajo ha tratado de enseñarme todos los días por años; que lo simple lleva muchísimo más esfuerzo que lo complejo.
Si fuera fácil, todo el mundo se entendería a la primera, ¿verdad?
Eso es lo lindo de forzar un pensamiento simple; que con el tiempo ya no se logra de forma natural y (me) arrincona al ruido mental para hacerle espacio al hilo conductor, que es lo único que importa.
En marzo publicamos un libro para niñas con Martes Creativo y próximamente estaremos lanzando otro para conmemorar el Día de la Madre.
Siento que, más allá del storytelling, esto es un regalo de mí para mí.
Eso es todo por hoy, nos vemos el próximo miércoles a las 7am hora GT.