Desde mi abuela hasta mi hermanita, Isabel Allende es una mujer que suena a través de las generaciones. Son pocas las personas que logran crear un vínculo con lectores de edades tan distintas y sin embargo Isabel pareciera que lo hiciera sin esfuerzo.
Aunque he estado metida en el mundo de las letras desde niña, tengo que confesar que la primera vez que leí a Isabel fue este año. Sí, 2023. ¡Pecado! Como dirían en toda Latinoamérica. En el colegio, leía los libros de la clase y nunca tuve la dicha de toparme con un libro de la autora chilena. Como fui a una universidad en EEUU, mis lecturas eran 99% en inglés y la mayoría estaban enfocadas en terapias de conducta porque me gradué de psicóloga en el 2015.
Siempre tuve al menos un libro en la mesa de noche. Trataba de combinar el inglés y el español pero la preferencia caía sobre el inglés. Hubo un par de excepciones, como cuando conocí a Zafón y a García Márquez, pero no fue hasta que leí la primera página de Violeta, la novela de Isabel Allende, que me quedé boquiabierta e incrédula.
No podía creer que me había tardado tanto en leerla.
Isabel Allende es de esos nombres que suenan y suenan y que ya se les reconocen por ser un “clásico”. Al principio, pensé que todo ese afán por Isabel era porque se trataban de novelas cursis al estilo “chick flicks” y me aburría pensar en la trama. Y eso que soy fanática fiel de las películas que sí cumplen con el estereotipo de las chick flicks.
La realidad es que nunca le di el chance hasta que mi abuela de 83 años, mi mamá, una tía y una buena amiga todas me dijeron que estaban enganchadas con Violeta.
Todas esas mujeres son drásticamente distintas, por lo que de inmediato pensé, “no puede ser” y corrí a comprar el libro en Kindle. Y sí, ya soy de esas personas de Kindle.
Leer a Isabel Allende es un placer.
Tiene una habilidad maestra para contar historias de una forma tan fácil, tan rica y tan coherente que lo único que quieres hacer es seguir hasta terminar el libro completo. El lenguaje es fluido, tiene una esencia casi universal - lo cual es difícil en Latinoamérica con tanto español revuelto - y te hace creer que cualquiera puede hablar como habla Violeta, la narradora, en la vida real.
Leer a Isabel Allende es como ver una película imaginaria.
La precisión con la que relata las historias y la voz que le pone a las letras es tan única, que además te hace querer terminar de leer Violeta en cuanto antes para correr a leer el resto de sus obras. En honor al Día de la Mujer, que se celebra internacionalmente hoy, quise dedicarle este espacio para hablar del legado que le deja al mundo en general.
Con incontables publicaciones, Isabel nos deja el tesoro que son sus historias. Con sus letras, le hace creer a sus lectores, mujeres y hombres por igual, que “la realidad no es solo como se percibe en la superficie, [sino que] también tiene una dimensión mágica y, si a uno se le antoja, es legítimo exagerarla y ponerle color para que el tránsito por esta vida no resulte tan aburrido”.
Al leer Violeta entendí porqué Isabel Allende es un verdadero clásico; porque supera la barrera del tiempo y las historias que cuenta aplican de igual forma para una adolescente o alguien de más de 80 años.
A sus 80 años de edad, Isabel nos demuestra una y otra vez que nació con la sabiduría que solo las almas que han vivido más de una vez conocen. Adelantada a su tiempo y esperanzada de seguir promoviendo el cambio hacia algo mejor, hoy (y todos) es un buen día para celebrarla.
Nos vemos la próxima semana en tu buzón de entrada.