#33: Empezó el feriado y llegaron los invitados
O te encanta ser anfitrión o lo odias, no hay área gris
Como yo, estoy segura que tú también conoces a esas personas que a-man ser anfitriones de eventos en sus casas. Pueden ser almuerzos íntimos o fiestas por todo lo grande, pero al final estas personas viven por esa adrenalina de tener invitados.
Nunca fui ni he sido de ese tipo de personas. Sin embargo, con el tiempo he llegado a entender que pasarla bien o mal en situaciones sociales tiene mucho que ver con la percepción que tenemos de compartir con los demás y poco que ver con nuestra personalidad.
O al menos eso me pasa a mí.
Claro que ser extrovertido o introvertido juega un rol principal en la ecuación, pero el personaje líder termina siendo la historia que construimos sobre ser anfitriones.
En mi caso, porque es el único del que tengo potestad, puedo marcar en una línea de tiempo el antes y el después de mi comportamiento ahuyentador. Le huía a eventos muy grandes y me parecía una pesadilla invitar a gente a mi casa. ¿Quién, en su sano juicio, querría tener a gente *a propósito* en su casa?
Lo bueno (¿creo?) es que ya superamos esa etapa de ahuyentadora de personas porque cambié mi historia. La narradora de mi historia sobre ser anfitriona era una voz con miedo a todo, ¡a todo! Y con la madurez con la que nos favorece de vez en cuando (y no a todos) la vida, entendí que la voz de mi narradora la decido yo y nadie más. Ni siquiera ese subconsciente que no me caía nada bien.
Ahora, cuando invito a gente a mi casa me salgo de mi camino por agradar a mis invitados. Quiero que se sientan bienvenidos, que tengan algo para tomar, que coman delicioso, que me digan que qué rico huele la candela que tengo prendida. Yo, en mi (semi) sano juicio, invitando a gente a propósito a mi casa porque la realidad es que se pasa muy ameno el rato, ¡muy ameno!
He de resaltar que este cambio de narradora no fue como cuando matan a un personaje en la serie y ya. No, no.
Lo bueno de dedicarse a la escritura es que la página en blanco te obliga a enfocarte hacia adentro. Te enseña a verte con luz blanca de hospital en esos momentos en los que solo quieres cerrar los ojos y también con esa misma intensidad te obliga a verte en tus picos más altos.
Recuerda, esa luz blanca de hospital no discrimina con nada ni con nadie.
Pero regresando a la escritura, con esos ejercicios introspectivos (casi siempre inconscientes, confieso) entendí que escribir sobre nosotros mismos tiene la capacidad de ayudarnos a ver esos rincones que no nos gustan de nosotros.
Si algo te llevas de todo este cuento, es que la escritura es una herramienta mal descrita. En lugar de verla como algo intimidante porque “yo no sé escribir”, me encantaría que tú también la puedas ver como un lugar seguro. La página en blanco no espera na-da de ti y a cambio te da mucho de vuelta.
Si, como yo, tú también odias ser anfitrión, te dejo este ejercicio: escribe en una página en blanco porqué no te gusta tener gente en la casa.
Quién sabe, tal vez es solo un narrador confundido como me pasó a mí.
¡Feliz descanso de Semana Santa! Nos vemos en tu buzón de entrada el próximo miércoles.