Después de cuatro años intensos de lectura, escritura, análisis y más lectura y escritura, me despedí de los libros por un buen tiempo.
Tuve la dicha de ir a una universidad rigurosa en donde, para ser honesta, estudiaba 24/7. El ambiente era tan competitivo que incluso los estudiantes se burlaban de los que tenían “suficiente tiempo” para leer por placer.
Pésima burla, pésimos hábitos.
En breve, estudiaba un montón. A tal punto, que un día amanecí en mi cama usando uno de mis textos de almohada (quisiera tanto estar inventándome esto). Así que, por obvias razones, a partir del día en el que recibí mi diploma, me despedí de la lectura.
En el colegio siempre (¡siempre!) estaba leyendo un libro. Leía todas las noches sin falta alguna desde que aprendí a hacerlo en primaria. Me encantaba.
Pero después de quemarme el cerebro (y todas las ganas) en la universidad, el famoso burnout me alejó de un hobby que me gustaba mucho. Poco a poco, me forcé a retomar la lectura. Pero se sentía así, forzado.
Por años, incluso ya trabajando como copywriter en Redactiva, tuve una relación complicada con la lectura. Quería poder absorber libros como lo hacía en la universidad, pero por placer y porque sabía que en algún momento me había encantado hacerlo.
En ese va y viene con lecturas a medias, encontré el Kindle. Por alguna razón que desconozco, lo vi en una foto en Internet y pensé, “así, sí leería”. Ese pensamiento estaba fundamentado en nada, en aire; tal vez era otra excusa para posponer la lectura.
Mi esposo me escuchó hablar del tema y, sorpresa, me lo regaló para Navidad del 2022.
Ya no habían excusas.
Pero como me conozco (y conozco mi capacidad para posponer tareas que me parecen tediosas hasta el último minuto), decidí ponerme la meta muy realista de leer dos libros al año.
Dos libros. Al año.
Esa esa una meta razonable, tengo que poder leer dos libros completos en un año entero. Tengo que poder.
Lo que nadie me dijo es que Kindle tiene una barra de porcentaje de lectura abajo de la pantalla. Con cada página que avanzo, ese porcentaje sube.
12% leído. 30% leído. 89% leído. Ah, esto es una carrera.
Como por obra de magia, ese espíritu competitivo de mi niña interior salió a todo color y empecé a leer más y más porque Kindle me estaba diciendo que mi lectura avanzaba. Terminé el primer libro, luego el segundo, el tercero, el cuarto, el quinto…
Encima de todo, con cada libro terminado y con cada “racha” de días de lectura, Amazon me mandaba “regalos de Kindle”; puntos de descuento para más libros.
Esto definitivamente es una carrera. Y un juego. Y una historia perfecta para engancharme.
No fue hasta que genuinamente me preocupé pensando en cuál libro comprar después al ver el 95% leído de mi libro actual que entendí que había sido víctima (¿ganadora?) del storytelling de Kindle.
Kindle me enganchó tanto con su porcentaje, con sus ajustes, con sus “premios” y sus recomendaciones constantes que me hizo creer que era una más de las lectoras ávidas del medio.
Más que eso, me ayudó a recordar que leer no es algo forzado y que los hábitos solo se vuelven más fáciles haciéndolos.
Al fin, después de tantos años, recuperé una actividad que me gustaba tanto y gracias, en gran parte, al storytelling de una marca.
Algunos lo llamarán solo estrategia de ventas, que sí, pero a mí me gusta agregarle una capa más a ese concepto: si la estrategia de ventas es el motor, el storytelling es el pedal del acelerador.
Eso es todo por hoy, nos vemos la próxima semana en tu buzón de entrada.