Cuando era una corporate girlie, las presentaciones de trabajo eran todo. Me pasaba muchísimo más tiempo en el formato de la presentación que en el contenido de fondo que teníamos que presentarle a los directores. No era la única, así funcionaba el mundo de 9-5pm (más como de 7:50am-6pm).
Pero lo que me impresionaba era que, el día de la presentación, los diferentes equipos solo se paraban enfrente de una mesa redonda a leer lo que ya tenían proyectado en la pantalla. Sí, las gráficas estaban bonitas y eran evidentes las horas metiendo macros en Excel, pero eso no era suficiente para evitar los bostezos y los WhatsApps de las personas sentadas en la mesa.
La realidad es que las presentaciones eran aburridas. O al menos eso pensaba hasta que me moví a otro departamento y mi entonces jefe tenía una cualidad muy particular: sabía entretener.
Cuando él se paraba a presentar resultados de un estudio o de un producto nuevo, lo último que hacía era leer la información proyectada. Les daba contexto a los oyentes, hacía bromas, usaba analogías del día a día para hablar de las ventas. No era el que tenía más información en la sala de sesiones y su equipo no era el que traía más ventas a la mesa. Sin embargo, era la presentación más entretenida de todas.
¿Qué estaba haciendo que los demás no?
Como una obra de teatro, él llevaba a su audiencia por un recorrido emotivo y entretenido a lo largo de su presentación; era un buen storyteller.
Lo que me llevo de esos años que trabajé en ese equipo es que no solo importa el contenido de lo que vamos a presentar, importa igual (o más) cómo lo presentamos para que nuestra audiencia se enganche (o no) con todo lo que tenemos qué decir.
Después de 6 años dedicándome a la escritura persuasiva (al copywriting), me ha tocado aprender esa lección por las malas. Cuando le presento textos a clientes sin mucho entusiasmo porque estoy más preocupada por la siguiente reunión que tengo en el calendario, invariablemnte recibo más solicitudes de cambios.
Y no falla.
Por eso, en las últimas entregas de textos he puesto en práctica lo que pude aprender de ese jefe que tuve hace años para descifrar cuál ese ese sweet spot en el proceso de retroalimentación con clientes. Y por sweet spot me refiero a no pasar por incontables rondas de cambios para llegar al resultado final.
Al final, así como mi contenido escrito usa herramientas de storytelling, mi “cómo” en la vida real también tiene que apalancarse del storytelling para cautivar a mi audiencia.
Estoy segura que muchos de ustedes (algunos, al menos) saben cómo se siente ver a su audiencia bajar la mirada a contestar WhatsApps mientras hablamos. A mí no me gusta, pero al realidad es que si no somos como mi ex jefe, es casi seguro que va a ocurrir.
Para terminar, comparto una fórmula que parece simple pero que me he dado cuenta que resulta efectiva cuando queremos contar historias y no sabemos por dónde empezar:
P - problema.
A - acción.
S - solución.
Así de simple.
De primero se presenta el problema o el desafío que se tiene/tuvo, luego todos los pasos que se llevaron a cabo para encontrar la solución y, finalmente, cómo se solucionó el tema.
Ya queda a discreción de cada quién agregarle la sal y la pimienta al gusto en cada parte del proceso.
Eso es todo por hoy, nos vemos el próximo miércoles a las 7am hora GT para seguir hablando de storytelling.