Hay comportamientos que no le damos ni medio minuto de pensamiento. Como que en mi casa se cocina con aceite de oliva en lugar de mantequilla, no se toma ni un jugo (a menos que sea Hidravida porque vivo deshidratada con tanto virus de preescolar) y las uñas siempre están con manicure.
Crecí siguiendo estos “rituales” por default sin pensarlos mucho. De forma inconsciente, heredé esta manera de operar y no fue hasta que fui a la universidad que aprendí que cocinar con mantequilla es excelente idea, que los jugos de vez en cuando son ricos y que uno sobrevive sin pintarse las uñas cada 15 días.
Cuando crecemos, vivimos absorbiendo los do’s and don’ts de cómo funcionar. Es decir, imitamos lo que vemos porque es lo que conocemos y asumimos que esa es la única forma de hacer las cosas (sin importar que sea bueno o malo; se imita lo positivo y lo negativo por igual).
Lo mismo sucede con las tradiciones.
En mi casa hay un gran fanático de la historia y le encanta referirse a las tradiciones de Navidad como “paganas”. Sin ánimos de alborotar el tema religioso aquí, la realidad es que la tradición de decorar el árbol sí viene de una costumbre pagana.
Demos un par (miles) de pasos hacia atrás en el tiempo.
Según Britannica, los árboles se han usado en rituales desde las civilizaciones más antiguas, pero el árbol navideño moderno tiene sus orígenes en una Alemania de la Edad Media. Aunque se solían usar árboles para sacrificios paganos, con la cristianización adoptaron los “árboles sagrados” y los renombraron “árboles del paraíso”, refiriéndose a la historia de Adán y Eva.
Los árboles representaban el Jardín del Edén y por eso los decoraban con manzanas.
The more you know.
La gente solo decoraba un árbol del paraíso el 24 de diciembre y Martín Lutero al parecer fue de los primeros en tener la brillante idea de colgar candelas también para iluminarlo. En cuestión de un par de décadas (y luego siglos), el árbol del paraíso se convirtió en el árbol de Navidad.
Para el siglo 19, esta tradición ya estaba casi que escrita en piedra en Alemania.
Lo interesante es que, conforme los alemanes empezaron a migrar a otros países, se fueron llevando esta tradición del árbol a donde llegaban. Inglaterra fue de los primeros en poner atención.
Aunque Charlotte*, la reina consorte del rey George III, ya había mandado a decorar árboles de Navidad porque era alemana, no fue hasta que llegó la reina Victoria que se popularizó la tradición en Inglaterra.
*Y sí, la reina Charlotte como la de Bridgerton.
Como la reina Victoria se casó con el príncipe alemán, Albert, la tradición seguía su trayecto en la realeza inglesa. Para 1848, ya había una ilustración de la familia real alrededor de un árbol decorado en el periódico de Londres.
Los migrantes alemanes también llevaron el árbol de Navidad a Estados Unidos, aunque no fue bienvenido al principio por sus raíces paganas.
Sin embargo, en cuanto se publicó la *famosa* ilustración de la familia real inglesa en Godey’s Lady’s Book, una revista de renombre de la época, el árbol de Navidad se popularizó entre los americanos.
Y el resto, pues es historia.
Ahora, el 84% de los árboles en EEUU son artificiales y en Guatemala si no empezamos a decorar a partir del 2 de noviembre (post fiambre, obvio), nos da un poco de ansiedad.
A mí, al menos.
Tengo que confesar que no conocía bien la historia del árbol pero desde que me acuerdo es una de mis tradiciones favoritas de la temporada de fin de año.
¿El olor de árbol de Navidad natural? De lo mejor que me puede pasar. Es más, yo soy de las que sufro cuando tengo que quitar el árbol en enero.
En fin, toda esta historia para reconocer que a veces vale la pena darle doble clic a las costumbres que seguimos en automático. Así sea cocinar con aceite de oliva en lugar de mantequilla o poner un árbol de Navidad, vale la pena conocer las historias detrás de lo que repetimos día tras día, año tras año.
Eso es todo por hoy, nos vemos el próximo miércoles a las 7am hora GT.