Odio llegar tarde a los lugares. No sé si por personalidad o porque en mi casa no existía la posibilidad de llegar “a tiempo”; 20 minutos antes o nada.
Así que bueno, como buena criatura de hábitos seguí ese patrón conforme fui creciendo e incluso desarrollé un tipo de ansiedad con la puntualidad. A la fecha, me da estrés llegar tarde porque me parece espantoso hacerle perder el tiempo a las demás personas.
Me pasó hace poco que, por fuerzas mayores, llegué nueve minutos (para ser exacta) tarde a una cita médica. Como los médicos tienen la mala reputación de atender tarde, entré muy confiada a la clínica que todavía era aceptable mi hora de llegada. Es más, es tanto mi tema con la puntualidad que incluso escribí por WhatsApp a la clínica diez minutos antes de mi cita que había un bloqueo que no me iba a dejar llegar a tiempo.
Contra viento, marea y el tráfico de GuateAmala, todavía logré llegar solo 9 minutos tarde. Lo sentí okay aunque me temblara un poco el ojo derecho.
Para mi sorpresa, cuando entré a la clínica ya habían pasado a la paciente de la próxima cita porque había llegado una hora antes.
Mi mandíbula llegó al piso y mi sangre empezó a acercarse al punto de ebullición.
Me tocó esperar hasta la siguiente cita.
No fue el fin del mundo para nada pero sí desató una discusión con uno de mis grupos de amigas: ¿me pasé por llegar nueve minutos tarde o cómo está la cosa?
A lo que algunas contestaron que les da ansiedad llegar temprano, que les da ansiedad llegar tarde y que 9 minutos sí estaba un poco exagerado para hacerme perder mi cita.
Seguimos hablando y aprendí que así como a mí me da ansiedad llegar tarde, hay quienes sufren de ansiedad por llegar temprano. Les parece incómodo esperar, estar solos o sentirse “socially awkward”.
Y yo que creía que mi historia con la puntualidad estaba algo intensa.
Me metí a investigar y resulta que llegar temprano para estas personas también las hace sentir que parecen “desesperadas” o que las van a juzgar por llegar antes de lo esperado.
Según este artículo de LitHub, llegar tarde o temprano es una señal de ser ensimismado. Pero tengo que debatir esa conclusión porque me parece que la percepción externa juega un gran rol en el storytelling de la puntualidad.
Para quienes llegan tarde de forma recurrente, no se trata de pensar que solo su tiempo vale como yo pensaba, sino que resulta que detestan la incomodidad que conlleva llegar temprano.
Aunque no me parezca incómodo a mí, para otros sí lo es.
Lo mismo sucede a la inversa con llegar temprano y odiar llegar tarde.
Al final, la puntualidad es un ejemplo más del storytelling que usamos para vivir nuestro día a día. Por ejemplo, estoy segura que las personas que siempre llegan tarde no llegarían tarde a su graduación de la universidad o a la boda de su hermano.
Las personas que llegan temprano (de forma excesiva, como la paciente que se robó mi cita), tampoco llegarían 1 hora antes a la clase del gimnasio. O eso asumo.
En ambos escenarios, llegar temprano o llegar tarde, estamos perdiendo el tiempo. Es cuestión de la historia que nos contamos en la cabeza sobre cómo preferimos perderlo o si en su lugar optamos por manejar mejor nuestro tiempo para ser puntual y llegar a la hora correcta.
En lo personal, prefiero llegar 10 minutos antes a los lugares porque invariablemente funcionan de colchón en caso de emergencia.
Para los que llegan tarde y sí sufren por eso, este artículo de Psychology Today dice que funciona replantear la historia que nos contamos sobre la puntualidad. Si pensamos en nuestro tiempo como algo súper valioso, es mucho más fácil apegarse a los horarios establecidos en citas, reuniones o eventos sociales.
¿Qué les parece? Cuéntenme en los comentarios o respondiendo a este correo para ver si sí es cierto que podemos cambiar los hábitos (y la historia) de la puntualidad.
Eso es todo por hoy, nos vemos el próximo miércoles a las 7am hora GT.