Hace poco vimos una serie-documental en mi casa sobre los noventas (hola, Vogue) y en cada episodio hacíamos el comentario sin falta, “qué raro se ve que todos van en la calle sin celulares”, entre otras cosas.
Cuando vemos hacia atrás en el tiempo, es normal ponerle estrellita dorada a los momentos que nos hicieron felices. Como por ejemplo, caminar por las calles sin estar haciendo joroba viendo el celular. O peor, estar recibiendo 200 WhatsApps en un reloj inteligente.
Me llena de nostalgia pensar en las cámaras de video o en las cámaras digitales que solo sacábamos de vez en cuando y las volvíamos a guardar. Sin duda no éramos esclavos de la conexión permanente pero al mismo tiempo creo que es importante darle doble clic al dicho, the good old times.
Cuando era preadolescente tuve la gran dicha de ir a Alemania a un curso durante un mes. Allá había una computadora (desktop) para todo el establecimiento y nos dejaban mandarles un correo a nuestros papás los viernes para contarles que estábamos bien.
¿Se imaginan el corto circuito que tendríamos ahora si solo le habláramos a nuestros hijos de 13 años por un correo y una vez a la semana?
Colapso mental absoluto.
La realidad es que la híper conexión de ahora tiene sus pros y sus contras, como todo en la vida. Así como la desconexión de antes tenía sus pros y sus contras.
Pros de no tener un teléfono 24/7: teníamos que solucionar, ser más independientes, buscar cómo entretenernos, ser creativos para divertirnos.
Contras: no poder hablarle a las personas que queremos en el momento que queremos, contactar a alguien en emergencias es difícil, menos control sobre ubicaciones, permisos y seguridad.
Pero mientras escribo los pros y los contras de estar (o no) conectados todo el tiempo, me viene a la mente la investigación respaldada por bastante data de psicólogos, doctores y psiquiatras alrededor del mundo que están haciendo un esfuerzo monumental en quitarle el “híper” a la conexión de ahora.
Es decir, retrasarles el acceso a los niños y a los adolescentes a esa híper conexión para proteger su salud mental.
Al principio escuchaba comentarios como “igual les tienes que dar el celular porque todos van a tener uno”. Pero conforme han pasado los años, son más las instituciones académicas y los papás de mi generación que están en total desacuerdo con darles un teléfono inteligente a sus niños.
Amén.
Lo bueno de este análisis y de la data que lo respalda es que ha ido cambiando la narrativa, el storytelling, sobre lo que implica darle tanta información a un niño.
Generaciones mayores dirán que es inevitable y que otros amigos con teléfonos inteligentes les enseñarán cosas terribles a los que no tengan iPhone o Android pero, ¿acaso no sucedía lo mismo con drogas o malas ideas antes?
The good old times podrá aplicar al tema de híper conexión, pero la verdad es que todos los tiempos tienen sus temas y es cuestión de cada persona (y su entorno y su sistema de apoyo) navegarlos. Al final, no se trata de definir qué década o qué momento en la historia era mejor que el actual, sino de entender en dónde estamos y definir la narrativa que queremos darle.
No es fácil, pero lo bueno es que sí está bajo nuestro control decidir qué storytelling le vamos a dar al presente.
Y bueno, eso digo ahorita pero sí espero que mi hija se acuerde de este momento como the good old times cuando piense en sus cumpleaños y en el turrón que me tomó varios intentos hacer en la casa y los pasteles y los panes con queso crema que empacamos para su piñata esta semana.
Así que sí, pros y contras.
Eso es todo por hoy, nos vemos el otro miércoles a las 7am hora GT.