Cuando era niña, mi abuelo me llevaba a la feria de Jocotenango no sé si por ganas o por buscar una manera de entretenerme. Sin importar la razón, yo la pasaba feliz. En especial cuando me preguntaba si estaba bien agarrada en la rueda de Chicago que tronaba más de lo que cualquiera hubiera querido.
Me acuerdo de muchas cosas de mi niñez, pero estas idas a la feria son de las memorias que más marcadas tengo en la cabeza. ¿Qué más necesita una niña que la atención de las personas que quiere y sus ganas de divertirse con ella?
Nada, absolutamente nada.
En vísperas del Día de la Independencia, me puse a pensar en las cosas que me atan a Guatemala. No me considero una persona de índole patriota (no me debatan), pero sí siento una afinidad, raíces, a ciertos momentos de mi vida que marcaron una gran parte de la persona que soy hoy.
El “resbaladero gigante”, como le decíamos al resbaladero de la feria en donde uno se resbala con sacos; la “rueda de Chicago” con mi abuelo a la que ninguno de mis tíos o papás quiso subirse conmigo; los elotes locos.
Mi abuelo sabía que yo era de pocas palabras y pues, así nos entendíamos muy bien. Tenía paciencia, me explicaba el mundo, me llevaba en moto, en la palangana de un pick-up, a caballo.
Crecí entre tíos y primos hombres y en su casa siempre tuve el mismo lugar que los demás. Tal vez un poco más consentida que el resto (sin el tal vez).
Pero dejando a un lado los niveles de consentimiento, creo que sin querer me enseñó a pasarla feliz en donde sea que estuviera. También me enseñó a conocer un lado de Guatemala que tal vez no habría conocido nunca si no fuera por esas idas a la zona 2, en donde vivió siempre.
Gracias a él crecí yendo y viniendo del centro, en donde mi mamá nos hacía examen cada fin de semana para ver quién de mis hermanos daba con la casa que era de su abuelita.
Crecí “barranqueando” y anhelando los sábados y los domingos para las excursiones en moto o en pick-up por los barrancos cerca de su casa. No había mejor plan que ese.
A menos que fuera día de procesión en el centro, ahí si, buena suerte saliendo.
La realidad es que los años que definieron mi infancia están profundamente atados a las raíces que tengo con esta ciudad. La quiera o no (a la ciudad), al final esas idas a la zona 2 dejaron una huella significativa en mi percepción de Guatemala.
A la fecha, todos los agostos quiero ir a la feria más por recordar que otra cosa. Como con el storytelling, sí es cierto que uno siempre regresa a las historias que nos dieron momentos llenos de felicidad. Y bueno, cuando pienso en “el mes patrio”, como dice mi hija de casi 3 años porque es tema del pre-escolar, regreso a esa feria y a las ganas de sentir esa felicidad absoluta que sentí cuando me tiré del resbaladero gigante por primera vez.
Eso es todo por hoy, nos vemos el otro miércoles (después de sobrevivir Guatemala de antorchas, ¡suerte a todos!) a las 7am hora GT.
Yo voy todos los agostos (aunque empecé yo misma la tradición de grande). También camino la Simeón y el parque Jocotenango los domingos aprovechando el pasos y pedales. Es una bendición. Qué abuelos y qué bueno saber que estás bien agarrada. 🫶🏻